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sábado, 1 de octubre de 2011

El NEGRO BENJAMÍN





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                                                   EL NEGRO BENJAMÍN

Era la hora en que el sol hería la dulzura de la sombra. Los dientes de leche del negro Benjamín brillaron en la penumbra de la habitación, a cuya espalda el sol empezaba a reverdecer proyectándose en partículas de fuego. 
Éstas, unas veces eran diminutas y otras más grandes, se trasformaban en rayitos amarillos, blanquecinos extendiéndose a lo ancho de aquella zona casi desértica. Allí habitaban algunos negros que eran descendientes de tribus africanas, según decían los que se crean entendidos en la materia. La negra Bellanira solía levantarse aún más temprano que el negro Benjamín. No obstante, aquella ocasión el negrito escuchó los gritos jadeantes de la negra que provenían de la habitación cercana a la suya.En otras ocasiones la había escuchado gemir, en quejidos ahogados, cuando su padre, un negro de anchas y atléticas espaldas, la acompañaba a dormir en el camastro. Su extrañeza provenía de que su padre no se encontraba en la casa; apenas sí acertó a mirar en la penumbra que todavía se hallaba a oscuras. Le pareció ver dos cuerpos, que se movían como si lucharan a lomo de un caballo. Pero en su infantil imaginación no hizo caso y salió con sus pies descalzos, negros, al corredor en donde a lo lejos, el mar se divisaba inmenso, gigante; las uñas de sus pies, de sus manos se veían blancas, contrastando con el color ébano de su cuerpo.El barco que había salido, para hundirse en la aventura del mar, varias noches atrás, había regresado; los pescadores traían entre otras cosas uno de los más preciados tesoros del mar, camarones; el negrito Benjamín corrió hacia el encuentro de los hombres, más allá algunos soldados armados hasta los dientes, habían descendido de varios helicópteros, que hacía rato habían llegado. Las gentes de aquel lugar no les prestaban mucha atención, pues ya se habían acostumbrado a ver las siluetas uniformadas.Un niño que había viajado como turista acompañado de sus padres jugaba en la playa, formando castillos de arena que luego derrumbaba con un poco de rabia. Por momentos su imaginación lo invitaba a perderse, a soñar con guerreros, que luchaban contra dragones y hombres malos, en los que él era el guerrero o el soldado vencedor. Pero luego los desechaba, extrañaba sus juguetes citadinos y el lujoso computador que su padre le había regalado. No era así el caso del negro Benjamín, a su corta edad no conocía más que el olor a rancio que traían los pescadores cuando venían del mar.Poco a poco, el fuego solar desvaneció la penumbra que huyó despavorida y se perdió en un lejano punto ,entre el azul del cielo y del mar.Las mujeres revoloteaban de un lado para otro, las guajiras se confundían con las negras, mientras éstas amasaban y hacían tortas de pescado.En las chozas de paja ,que estaban cercanas al mar, tirado sobre su chinchorro, el loco Carlos Mario acertaba disparándole flechas al sol y repitiendo incansablemente estas palabras: Cuando ella viaje ,cuando llegue la muchacha española salgo para allá, luego para el Perú y de allí hacia el sol. Iré allí donde estás los dioses, es una maravilla.¡Hey loquillo!, grito el negro Benjamín que hacía rato había acabado de ayudar a organizar los camarones a los pescadores. Estaba descalzo todavía, pero llevaba puesta una camiseta limpia sobre su cuerpo, en sus manos unas tortas de pescado, una taza de café, que la negra Bellanira le mandaba al loco. Ella le había cogido mucho cariño y hasta le tenía un poco de pesar, pero pensaba que él, era un hombre inteligente y que en su locura cavilosa, alguna verdad escondía.El loco Carlos Mario había llegado de Medellín en un camión que había viajado para la guajira y sin saber cómo ni cuándo, ni por qué había ido a parar a aquel rincón de la costa guajira.¡Hey loco! repitió el negro Benjamín, que a su corta edad era bastante piloso ; ¿cómo puedo viajar yo a ese lugar? El loco se quedó mirándolo, mientras los dedos huesudos de sus manos apretaban una de las tortas y lentamente se la llevaba hacía los labios, pero luego su mirada siguió el rumbo cristalizado que la luz formaba sobre el mar. Siguió lanzando flechas para que el sol, que hasta ahora estaba en su plena actividad, se extinguiese ... después de un sorbo tras otro, dijo ; hay que convocar la música e ir preparando ese viaje hacia donde se encuentran los dioses ; Saturno ,Venus , y luego Andrómeda, los hijos del sol.Pero ya el negrito Benjamín no lo escuchaba ,en su carrera acertó a pasar al lado del niño blanco que esta vez estaba sentado sobre las piernas de su madre una mona blanca , desabrida ,llegada de Bogotá ,que exhibía su humanidad rechoncha en un vestido de baño enterizo, y cuando llegaba la tarde se paseaba con sus anchas caderas, presuntuosa,  como si fuera una reina; su marido, un político de la ciudad ,amigo de los coroneles, con su estómago un poco grande y sus peludas piernas, se encontraba en la mitad del agua, sin atreverse del todo a sumergirse en el centro de ésta.El negro Benjamín revoloteaba de un lado para otro, haciendo innumerables cosas que su madre la negra Bellanira u otras mujeres le encomendaban. Sin embargo, un poco antes de las cuatro de la tarde se hallaba desnudo, en medio del agua salada, su mirada de niño se encontró con la del otro niño blanco, que estaba todavía enroscado entre las piernas de su madre, que ahora se hallaba de boca abajo. Este lo miro y sin alcanzar a definir sus sentimientos, sintió unas ganas inmensas de ser como aquel negrito; deseó estar a su lado para jugar, pero una mezcla de desprecio y de respeto le impidió desprenderse de las piernas de su madre. Pese a todo, él también era un niño y quería ser libre como aquel negrito que nadaba en medio de las aguas.Más allá de toda la felicidad que inundaba el corazón del negrito, los soldados jugaban a la guerra, con sus armas negras que no eran de mentira.El negro sintió que uno de sus dientes de leche se le cayó cuando jugaba con una ola que lo atrapó, pero salió corriendo del agua y saltó por encima de los cuerpos semidesnudos que estaban en la playa.En sus manos, en sus palmas blancas repletas de sueños, llevaba el dientecito de leche, mientras gritaba ¡Bellanira!, ¡Bellanira!, ¡Bellanira! , mira lo que se me ha caído de la boca.La negra, hasta entonces perdida en la penumbra, surgió en el marco de su casita .Era alta, fornida, pero esbelta, sus rasgos eran bien definidos, sus ojos grises verdosos, hermosos sobre los que salían unas pestañas crespas, grandes.El resplandor del atardecer brillaba contra su piel de ébano ,que la hacían ver como una diosa del fuego o del mar ,era joven, de labios rojos ; al ver al negrito correr hacía ella sonrió y lo tomó entre sus brazos, lo beso en la frente, tomó  su diente y le dijo: ¡A éste lo guardaré junto con los otros trofeos que ganó tu padre cuando venció al negro Juan Ramón en los salones de Riohacha o en las carreras atléticas de las ligas deportivas de la región. Orgulloso el negrito Benjamín de que su diente fuera guardado como un trofeo ,aunque necesariamente no sabía que significaba eso, le bastaba que su madre se lo dijera, que sus labios se lo expresaran para que eso adquiriera una dimensión enorme en los afectos del niño, porque sentía que su madre lo amaba de verdad .Como no había televisor ni cosas por el estilo, el negrito Benjamín inventaba uno a uno sus juegos y sus sueños ; a fuerza de escuchar al loco Carlos Mario ,su imaginación lo llevaba a volar tan lejos, tan lejos que no había fuerza en el mundo que lo pudiera detener en su ascenso hacia el sol.


  Beatriz Elena Morales  Estrada © Copyright

PUBLICADO  POR EDITORIAL LEALON . (cOLOMBIA) 



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