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sábado, 22 de febrero de 2020

Entre La Hojarasca

Entre La Hojarasca


Entre La Hojarasca
Caminar entre la hojarasca
desnudos nuestros pies





apretadas nuestras manos
reír entre frondosas hojas y gritar
gritar con el viento,  apretujada el alma
 Saltar como saltimbanqui…
O simplemente sentir ese  elixir de vida
Despeinados nuestros cabellos,  frotados por el viento
Reír, riendo entre los árboles y cantar como niños
Olvidados del otoño  y de la premura de la muerte
Ágiles nuestros cuerpos como venados
Ligera el alma cual ave en vuelo
Olvidad de la mar oceánica del mundo y sus devenires
Caminar ente la hojarasca desnudos nuestros  pies
Apretadas nuestras  manos…
Nuestros ojos reír mirando mariposas
Nuestras bocas deshaciendo el amargo de la noche
Mientras nubes pintan alegres y coloridos paisajes
Sí.  Entre las frondas como niños gritar reír,  cantar… 
Sí. Muy lejos, lejos del odio.
Correr, caminar.
Entre la hojarasca desnudos nuestros pies
apretadas nuestras manos, soñar alegres
la plenitud  que alza las miradas…
Beatriz Elena Morales Estrada  © Copyright

lunes, 3 de febrero de 2020

El bosque sempinterno


                                        




                                  EL BOSQUE SEMPITERNO

              Ciertamente en este mismo año que corre, en el año azul,  existió un rey,  que casi nadie conoció; es tan cierto, lo que digo, como que las estrellas al morir son diamantes flotando en el espacio a través   de una espiral de materia imperceptible; la misma  que las  formó   y de la cual,  está hecho todo  en el universo.
Una estrella hizo  implosión hacia su interior,  como lo hacen siempre las estrellas cuando mueren  y se contraen, se rompen desde adentro hacia afuera a millones de años luz,  en algún lugar del universo, tiempo, espacio y así mismo es que  algunos de nosotros implosionamos también,  desde adentro.
Y    como se  los  estoy  diciendo;   ese rey se llamó Darío; no era ningún ricachón,  ni ningún emperador,  ningún diputado;  ni nada por el estilo; era tan solo un hombre. Sí.  Un hombre bueno, que  gobernaba con sabiduría su casa y era tan responsable con la madre y con las hermanas; un día,  un peón,  de esos que arrastran  la envida entre los pies;  lo escupió en el rostro y él.  Él  en lugar de mandarlo a  matar; ya que como rey,  tenía ese privilegio, lo miró y siguió de largo y es que el hombrecito,  le llevaba la rabia,  porque una mujer muy bella lo amaba.  Una niña que a Darío acompañaba veía con impotencia los insultos del agresor; pero él siempre,  era tan callado y su consejero le dijo que deberían decapitar al hombrecito  ese; y  este con un dulce gesto, le ordenó que no, que olvidara  el asunto; de manera que  este,  solo se encogió de hombros, puesto que no entendía nada. Cierto día el rey Darío decidió darse una zambullida en el lago azul,  que tenían dentro de su reino y por supuesto llevó a la niña con él y la sumergió en el estanque  cargándola sobre sus  espaldas,  para que no le pasara  nada y también cuando la niña era una bebé,  el solía cargarla al lomo y eso ahuyentaba los fantasmas del campo oscuro y constelado. Fue cuando vino ella,  la Griselda era una doncella tan hermosa como una de  las estrellas más brillantes,  que alumbraba el firmamento.  Llevaba  una  diadema de diamantes,  que adornaban su  frente y envolvían su larga cabellera;   entonces fue hacia él. Hacia el gran rey Darío,  que salió anonadado y con la niña en el lomo;  chorreando agua por todas partes; ¡oh! hermosa dama; dejad al menos,  que me cambie estas ropas. Ella soltó una risa, pero al instante se contuvo y alargando su gentil mano,  le dijo ¡Oh!  Hermoso rey y caballero,  nada os conturbe,   pues de mis ojos,  eres prenda segura;  así que mojado o seco ablandas este corazón,  que te Admira; tomad estas prendas,  que os he traído y vestiros con ellas,  mientras,  dame a la niña para yo reconocer en ella,  tu hermandad, también en las estrellas. Es mi hermana,  sonrió y  fue a cambiarse,  en eso momentos no cabía en sí,  de la alegría  y mientras se colocaba  su traje,  engalanado con el amor de la felicidad  no efímera;  pues sabía que con la dama,  casamiento había,   salió  ya seco y  de vestido radiante,  cuando  sintió que una  lagartija gigante,  lo atacó mordiendo su  costado y la comandaba justamente el feo y envidioso  chofer de la familia;  el puerco que lo escupía todo el tiempo,  en el rostro.  Al oír su grito,  la dama con la niña,  corrieron,  llegando  justo en el momento,  en que una serpiente venenosa  lo iba a morder por el cuello.  La dama  sacó su  espada de esgrima y el arrojo sobre el asqueroso reptil,  cortándole la cabeza al instante.  Al verla el servil chofer; que estaba oculto mandándole estas cosas a su rey;  se arrojó a sus pies ¡oh!  Hermosa dama;  intente  ayudarlo, pero no pude;  entonces la niña grito es mentira, el miente; lo sé, lo sé  dijo ella;  este baboso  me lleva las ganas  hace más de cuatrocientos años; así; que le dijo;  quítate de mí vista o te arrojaré  al estanque de las caimanes grandes,  para que te coman la cabeza.  El Hombrecito al instante  se alejó lamiéndose el odio  entre sus dientes de reptil hediondo;  pero el mal ya estaba hecho y el veneno del lagarto comenzó a hacer efecto.  Ya no hay tiempo  que perder un médico,  pronto gritaron juntas;  mientras Darío se retorcía del dolor. Al escuchar los gritos vinieron entonces los peones  que trabajaban  en  el bosque sempiterno y lo llevaron a la  casa hospital donde, lo atendieron con premura y Darío, el rey;   después de eso,  vivió  doscientos  años más y perdonó  al lagarto y al chofer  pero los arrojó  lejos de su bosque.  Darío gobernó con justicia y equidad,  durante todo ese tiempo al lado,  de la hermosa dama. Su hermanita menor,  quiso ser la consejera  de su reino y siempre al lado de su hermano,  el rey Darío. Después de los doscientos años: en  una lejana comarca  vivía  la princesa niver;  quien lo invito  a una fiesta que se celebraba en su casa;  sin embargo,  el fulano chofer que había sido expulsado del reino  y que vivió todo ese tiempo para vengarse,  no se quedó con las ganas y en esa salida que hizo el rey Darío y en descuido de todos; aprovechando que este salió al orinal; le disparó un arma a quemarropa por las espaldas y en el cerebro.  Esta vez nadie,  se enteró de la tal hecho, hasta el otro día;  así que Darío fue  a parar  a un hostial fuera de su reino;  en donde lo dejaron morir como a cualquier fulano;  mientras el reptil ano envidioso  disfrutaba el veneno de su envidia.
 Durante toda la noche el rey no cesó  de llamar a su dama y a su niña,  pero nadie acudió.  Darío el rey,  explotó en  llanto y angustia;  su interior reventó  y  se convirtió  en una estrella lejana,  en medio de una constelación, llamada el bosque sempiterno; allí  la dama en cuestión y su niña,  no dejan de mirar  y siempre  habitando en el bosque. Esta vez, la dama mandó  a construir una prisión en donde el envidioso  chofer, o peón,  pasara el  resto de su vida,  junto con el lagarto gigante. No obstante,  la niña supo que según una antigua promesa,  el rey Darío volvería a renacer al transcurrir de unos cuatrocientos años más y a gobernar con justicia y equidad. La dama originaria de las estrellas esperaría por él; lo que fuera necesario  y según su duración en el tiempo. Mientras tanto su hermanita reinaría por el. 
Beatriz Elena Morales Estrada @Colprinth 




                                                        Desiertos

Y una voz que grita en el desierto;  horizontes lejanos y perdidos en la penumbra. Oquedades craneanas; cúmulos de recuerdos, mi cabeza rodando  en  un soleado paraíso de enjambres de abejas; un tajo de espada me  la arrebató   y ahora la  tengo   perdida; y todo   por culpa de esa asquerosa mujer Herodías y su  hija.  Al mismo tiempo,  siento  y oigo  esos sonidos;   como   gestación de un tren en la memoria, tal como si fuera la  estación última y primera de las cosas;  en donde la partitura del ensueño  y de una  desilusion , que ya no se cantan,  tañen campanas de despedida,  sin despedida; porque el otoño y la primavera permanecen juntos,  juntos   conviven  con los ojos y los párpados hormigueándoles  el cerebro, que destila mariposas y estas,  se elevan sobre tejas y entejados azules; disfrutando el santiamén de unos segundos de rascacielos,  en el paraíso suburbano de las venas y de las sangres; mientras mi cabeza rueda y rueda marginada de lloros y de pesadumbres ajenas,   y la bandeja  ha sido puesta ante sus ojos delirantes; delante del cobarde y vil tirano; que ya no puede volverse atrás.   Dado que sucumbió  ante los encantos del hades,  encarnado en la danza de la tal Salomé y  mientras las copas han sido levantadas y los ignotos disfrutan   de  la libación de la sangre entre sus labios babosos   y  entonces, entonces   cae el telón y   mi cabeza   en aras de la maldad yace,  cual suculento manjar ante los espantados ojos del rey.  

Beatriz Elena Morales Estrada @colprint derechos reservados