EL BOSQUE SEMPITERNO
Ciertamente en este mismo año que corre, en
el año azul, existió un rey, que casi nadie conoció; es tan cierto, lo que
digo, como que las estrellas al morir son diamantes flotando en el espacio a
través de una espiral de materia imperceptible; la
misma que las formó y de la cual, está hecho todo en el universo.
Una estrella hizo implosión hacia
su interior, como lo hacen siempre las
estrellas cuando mueren y se contraen,
se rompen desde adentro hacia afuera a millones de años luz, en algún lugar del universo, tiempo, espacio y
así mismo es que algunos de nosotros
implosionamos también, desde adentro.
Y como se
los estoy diciendo;
ese rey se llamó Darío; no era
ningún ricachón, ni ningún emperador, ningún diputado; ni nada por el estilo; era tan solo un hombre.
Sí. Un hombre bueno, que gobernaba con sabiduría su casa y era tan responsable
con la madre y con las hermanas; un día, un peón, de esos que arrastran la envida entre los pies; lo escupió en el rostro y él. Él en
lugar de mandarlo a matar; ya que como
rey, tenía ese privilegio, lo miró y
siguió de largo y es que el hombrecito, le llevaba la rabia, porque una mujer muy bella lo amaba. Una niña que a Darío acompañaba veía con impotencia
los insultos del agresor; pero él siempre, era tan callado y su consejero le dijo que
deberían decapitar al hombrecito ese; y este con un dulce gesto, le ordenó que no, que
olvidara el asunto; de manera que este, solo se encogió de hombros, puesto que no
entendía nada. Cierto día el rey Darío decidió darse una zambullida en el lago
azul, que tenían dentro de su reino y por
supuesto llevó a la niña con él y la sumergió en el estanque cargándola sobre sus espaldas, para que no le pasara nada y también cuando la niña era una bebé, el solía cargarla al lomo y eso ahuyentaba los
fantasmas del campo oscuro y constelado. Fue cuando vino ella, la Griselda era una doncella tan hermosa como
una de las estrellas más
brillantes, que alumbraba el
firmamento. Llevaba una diadema de diamantes, que adornaban su frente y envolvían su larga cabellera; entonces
fue hacia él. Hacia el gran rey Darío, que salió anonadado y con la niña en el lomo; chorreando agua por todas partes; ¡oh! hermosa
dama; dejad al menos, que me cambie
estas ropas. Ella soltó una risa, pero al instante se contuvo y alargando su
gentil mano, le dijo ¡Oh! Hermoso rey y caballero, nada os conturbe, pues de mis ojos, eres prenda segura; así que mojado o seco ablandas este corazón, que te Admira; tomad estas prendas, que os he traído y vestiros con ellas, mientras, dame a la niña para yo reconocer en ella, tu hermandad, también en las estrellas. Es mi
hermana, sonrió y fue a cambiarse, en eso momentos no cabía en sí, de la alegría y mientras se colocaba su traje, engalanado con el amor de la felicidad no efímera; pues sabía que con la dama, casamiento había, salió
ya seco y de vestido radiante, cuando
sintió que una lagartija gigante,
lo atacó mordiendo su costado y la comandaba justamente el feo y
envidioso chofer de la familia; el puerco que lo escupía todo el tiempo, en el rostro.
Al oír su grito, la dama con la
niña, corrieron, llegando justo en el momento, en que una serpiente venenosa lo iba a morder por el cuello. La dama sacó su
espada de esgrima y el arrojo sobre el asqueroso reptil, cortándole la cabeza al instante. Al verla el servil chofer; que estaba oculto mandándole
estas cosas a su rey; se arrojó a sus
pies ¡oh! Hermosa dama; intente
ayudarlo, pero no pude; entonces
la niña grito es mentira, el miente; lo sé, lo sé dijo ella;
este baboso me lleva las ganas hace más de cuatrocientos años; así; que le
dijo; quítate de mí vista o te arrojaré al estanque de las caimanes grandes, para que te coman la cabeza. El Hombrecito al instante se alejó lamiéndose el odio entre sus dientes de reptil hediondo; pero el mal ya estaba hecho y el veneno del
lagarto comenzó a hacer efecto. Ya no
hay tiempo que perder un médico, pronto gritaron juntas; mientras Darío se retorcía del dolor. Al
escuchar los gritos vinieron entonces los peones que trabajaban
en el bosque sempiterno y lo llevaron
a la casa hospital donde, lo atendieron
con premura y Darío, el rey; después de
eso, vivió doscientos
años más y perdonó al lagarto y
al chofer pero los arrojó lejos de su bosque. Darío gobernó con justicia y equidad, durante todo ese tiempo al lado, de la hermosa dama. Su hermanita menor, quiso ser la consejera de su reino y siempre al lado de su hermano, el rey Darío. Después de los doscientos años:
en una lejana comarca vivía la princesa niver; quien lo invito a una fiesta que se celebraba en su casa; sin embargo, el fulano chofer que había sido expulsado del
reino y que vivió todo ese tiempo para
vengarse, no se quedó con las ganas y en
esa salida que hizo el rey Darío y en descuido de todos; aprovechando que este salió
al orinal; le disparó un arma a quemarropa por las espaldas y en el cerebro. Esta vez nadie, se enteró de la tal hecho, hasta el otro día; así que Darío fue a parar a un hostial fuera de su reino; en donde lo dejaron morir como a cualquier fulano;
mientras el reptil ano envidioso disfrutaba el veneno de su envidia.
Durante toda la noche el rey no cesó
de llamar a su dama y a su niña, pero nadie acudió. Darío el rey,
explotó en llanto y
angustia; su interior reventó y se
convirtió en una estrella lejana, en medio de una constelación, llamada el
bosque sempiterno; allí la dama en
cuestión y su niña, no dejan de
mirar y siempre habitando en el bosque. Esta vez, la dama mandó
a construir una prisión en donde el
envidioso chofer, o peón, pasara el
resto de su vida, junto con el
lagarto gigante. No obstante, la niña
supo que según una antigua promesa, el
rey Darío volvería a renacer al transcurrir de unos cuatrocientos años más y a
gobernar con justicia y equidad. La dama originaria de las estrellas esperaría
por él; lo que fuera necesario y según
su duración en el tiempo. Mientras tanto su hermanita reinaría por el.
Beatriz Elena Morales Estrada @Colprinth
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