El Mar
Esteban lozano se
hallaba desnudo sobre el gran acantilado que bordeaba la inmensidad de las
aguas. Toda la vista del mar parecía a sus ojos convertirse en diminutas perlas
blancas. Estas chocaban una y otra vez contra las rocas lisas ígneas que el
azuloso mar había logrado tallar magistralmente durante milenios. Innumerables
estrellas anidaban como alados pájaros en su mente y se posaban en sus ojos, deslizándose
dentro de sus ojeras, que se dibujaba grandes, dándole a su rostro un aspecto fantasmal,
extraño. Más allá, la espuma roja, azul clara, formaba caballitos dorados que
cabalgaban haciendo sobre sus lomos figuras de hadas, de duendes ardorosos, juguetones; pero atrás la playa se sentía callada, tris tona, envuelta solo por los efluvios hermosos que las olas traían en su recorrido
y le regalaban. Luego de esto la playa parecía quedar solitaria, desierta vacía.
Cualquiera que hubiese podido trepar las rocas lisas, peligrosas o rodear el
borde del acantilado para observar la vegetación oscura y espesa del fondo de
las aguas o simplemente para recrear su vista con el terrible y fenomenal oleaje, si por casualidad
hubiese mirado, y hubiera visto a Esteban lozano, quizás lo habría confundido
con un especie de animal raro, surgido de las profundidades del submundo
marino. Pero él aún con sus ojos
extraviados, ausentes como de si mismo parecía hallarse en reposo. Un cansancio
grato le recubría uno a uno los miembros de su cuerpo, le agarraba los desnudos
pies y subía hasta la ultima hebra de su
cabello negro y ensortijado, No obstante jadeaba lento, con una respiración casi promiscua
como si buscara su infinitud en un pluralismo de seres.
¿Habría luchado
Esteban Lozano con dragones o mostros
marinos?
¿Quizás algo peor que
eso pudo sucederle? Tal vez Habría luchado con hombres y con mujeres dentro del mundo civilizado, ese lugar en
donde los unos excluyen o se excluyen de los otros y en donde al final terminan
suprimiéndose por falta de un entendimiento. Pero a esas instancias seguía desnudo a las
postrimerías quizás de un nuevo amanecer. La imagen proyectada no era la de un
guerrero que calzara altas y fuertes botas, más bien parecía como si el mar hubiera
acabado de parir otra especie de animal, un animal pequeño si acaso nos atreviésemos a compararlo con la grandeza de las formas que se le
develaban ante los ojos. Abajo en el fondo del acantilado, las olas golpeaban
con furiosa avidez las rocas y ya luego se alejaban para regresar aun con mayor
ímpetu y este continuaba absorto, preso
de una extraña fascinación…
Al tratar de acercar
más mi visión hacia su rostro pude ver como se le formaba una sonrisa gozosa en
medio de su boca. Sus negros y espesos ojos de repente se convirtieron en
cielo, en mar. Y las olas de nuevo, pero
ahora más furiosas que siempre se arrojaron queriendo alcanzar el borde del
acantilado y la playa hasta entonces callada, pareció estremecerse ante el furioso
oleaje que se cernía también sobre de ella. Pero él se hallaba ahora de pie triunfante
como si acabase de llegar de una batalla feroz, listo ya para regresar al mundo
civilizado y convertido en un simple
animal de superficie.
Beatriz Elena Morales
Estrada
Extraído de mi obrita
Voces De la Noche
Publicado por la
editorial Lealón
Derecho de autor
registrado
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