LA CIUDAD
La ciudad
está sentada sobre un valle, de montañas abrazada. Abajo, sembrada de árboles,
altos como oficinistas.
En la ciudad, gentes como hormigas, van de aquí, para allá. Entonces miro y el cielo, se desgaja en arcoíris y pienso, no soy mejor que nadie, pero tampoco peor.
Y estoy aquí a solas conmigo, viendo la cubre lechos, mirando cómo se pone arriba y a punto de juntarse, al loco palpitar de párpados y aquí estoy yo, sola y viendo. Viendo, como emergen, de entre las últimas ensoñaciones de algodón, rutilantes ojos, brillantes como pequeñas diademas y así, poco a poco, hasta tornarse en veredas, que invitan al sereno, en múltiples anhelos, que exhalan suspiros, mientras permanece levantada la cabeza y adentro se escapan romances, entre terciopelos que arropan como chimenea y de alguna manera, se extraña ese rumor de pasos, que dejan, como un concierto de taciturnas horas, enmohecidas, bajo la nocturnal, que tiembla.
Y los pájaros tañen, oficiando como campanarios, entrecerrados los ojos remontan; pero yo oficio, el tul de lunas y aun así, me pregunto ¿Qué será lo que esconde debajo de su luz tenue? En tanto, estas cosas; ha descendido la mortecina, cambiado su rostro a vespertino, tramitado mi sentir, como los días y signado de lluvia, el sendero y es tanto y tanto, el ruido interior, que al desgajarse la titilante, sobre pisadas de grillos y croar de ranas y renacuajos; que al alzar de nuevo la mirada, ya estoy cubierta de rocíos y de destellos.
Y por eso cuando miro, la dulce aurora y cuando veo y siento sobre mí, el sol ardiente ¡Oh sí!
Cuando miro, que el día avanza y que todo es movimiento, cuando veo, la perfecta forma humana y la singularidad de los animales, cuando miro al cielo y veo, los colores que lo pintan y veo, fundirse el día con la noche, la luna ponerse y las estrellas brillar, como una descendencia. Entonces digo, que perfecta, que maravillosa, es tu obra señor y como los ángeles, como los ángeles, te adoran ¡0h mi Dios! A ti, quiero adorarte, engrandecer, tu nombre señor; que perfecta es tu obra, tu creación, todo lo que hiciste con los dedos y tus yemas, tu rostro señor es perfecto y es perfecto en mí; tú mano prodigiosa, me acaricia y me protege, me unges y bendices ¡Oh señor! Adorado Dios, cuán grande, eres tú.
El sol de nuevo, descuelga su rayo, sobre las siluetas de los edificios, haciendo sombra, de triángulos perfectos e imperfectos… Y me pregunto a su vez ¿En qué lugar se pone la cara el tiempo cuando nadie lo ve?
En la ciudad, gentes como hormigas, van de aquí, para allá. Entonces miro y el cielo, se desgaja en arcoíris y pienso, no soy mejor que nadie, pero tampoco peor.
Y estoy aquí a solas conmigo, viendo la cubre lechos, mirando cómo se pone arriba y a punto de juntarse, al loco palpitar de párpados y aquí estoy yo, sola y viendo. Viendo, como emergen, de entre las últimas ensoñaciones de algodón, rutilantes ojos, brillantes como pequeñas diademas y así, poco a poco, hasta tornarse en veredas, que invitan al sereno, en múltiples anhelos, que exhalan suspiros, mientras permanece levantada la cabeza y adentro se escapan romances, entre terciopelos que arropan como chimenea y de alguna manera, se extraña ese rumor de pasos, que dejan, como un concierto de taciturnas horas, enmohecidas, bajo la nocturnal, que tiembla.
Y los pájaros tañen, oficiando como campanarios, entrecerrados los ojos remontan; pero yo oficio, el tul de lunas y aun así, me pregunto ¿Qué será lo que esconde debajo de su luz tenue? En tanto, estas cosas; ha descendido la mortecina, cambiado su rostro a vespertino, tramitado mi sentir, como los días y signado de lluvia, el sendero y es tanto y tanto, el ruido interior, que al desgajarse la titilante, sobre pisadas de grillos y croar de ranas y renacuajos; que al alzar de nuevo la mirada, ya estoy cubierta de rocíos y de destellos.
Y por eso cuando miro, la dulce aurora y cuando veo y siento sobre mí, el sol ardiente ¡Oh sí!
Cuando miro, que el día avanza y que todo es movimiento, cuando veo, la perfecta forma humana y la singularidad de los animales, cuando miro al cielo y veo, los colores que lo pintan y veo, fundirse el día con la noche, la luna ponerse y las estrellas brillar, como una descendencia. Entonces digo, que perfecta, que maravillosa, es tu obra señor y como los ángeles, como los ángeles, te adoran ¡0h mi Dios! A ti, quiero adorarte, engrandecer, tu nombre señor; que perfecta es tu obra, tu creación, todo lo que hiciste con los dedos y tus yemas, tu rostro señor es perfecto y es perfecto en mí; tú mano prodigiosa, me acaricia y me protege, me unges y bendices ¡Oh señor! Adorado Dios, cuán grande, eres tú.
El sol de nuevo, descuelga su rayo, sobre las siluetas de los edificios, haciendo sombra, de triángulos perfectos e imperfectos… Y me pregunto a su vez ¿En qué lugar se pone la cara el tiempo cuando nadie lo ve?
Beatriz Elena
Morales Estrada© Copyright
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