El lugar de ya nunca jamás
(El milagro)
Se
hallaba sentada a la orilla de su cama,
las manos juntas, su cabeza echada hacia abajo, en una actitud de recogimiento;
hablaba en voz baja, lenta, en su rostro se notaba cierta resignación, que solo
los años pueden agregar a una vida surcada por el tiempo. Cada palabra que
expresaba poblaba su cara de imágenes, de presencias vivas, sus ojos brillaban,
pero el tono de su voz era de pesar. Repetía lentamente como si quisiera
retener las palabras; se desaparecieron de mi vida, no las volví a ver, no me
di cuenta, ni como, ni cuando, nunca vi que las velaran, mi mamá nunca me dijo
nada, me ocultaron las cosas.
Ella
había tenido un sueño, todo el día lo había estado rumiando, tenia la sensación
de que el diablo se le había atravesado en su camino espiritual para impedirle entrar al cielo. No
confiaba en su hija, porque esta no seguía las inclinaciones religiosas que
ella tenia; no obstante la amaba y aunque se esforzaba para que esta se
convirtiera a sus creencias, no lo había conseguido. Sin embargo ese sueño se
había arraigado con tal ímpetu en su ser, que decidió platicárselo. Ella nunca
fue amiga de dialogar con su hija. Tenía otros puntos de vista y eso era
suficiente para creer que tenía razón. Además ante sus ojos esa hija suya no
estaba enaltecida como tal; Sin embargo le dijo; soñé que iba para el pueblo de
donde nosotros éramos; iba yo muy limpiecita, llevaba un vestido rosado, unos
tenis blanquitos, estaba ya llegando a la casa en donde vivía una tía mía y
aquí más abajito; mostró con su manos, con su cara llena de efusividad, vivía
la otra tía, pero llegando a ese sitio se presento un puente de madera nueva
que nunca había visto y cuando trataba de pasar al otro lado; la madera trozos
de esta, gotas de agua, se me metían en el pie izquierdo, porque la suela del
zapato resulto rota, y quería pasar a donde estaban ellas, pero no podía.
Se
interrumpió, sus ojitos se alumbraron y se quedó pensativa, entonces dijo de nuevo, con una
cara llenita de expresiones alegres, como si estuviese viendo, palpando lo que
contaba.
¡Si
vos vieras como era de lindo ese lugar! Todo se trasformó. El olor de las
flores llegó hasta su nariz, el canto de
los pájaros, las voces infantiles de Nilda y de Nina poblaron por unos segundos, todo el espacio
de su ser. A cada lado había cafetales y puras flores de azahares de naranjo y
de café, ¡olían tan rico! Yo salía con
mis dos hermanitas, como era la menor me quedaba atrás, oliendo las flores,
mirando las mariposas, jugando corriendo, haciendo lo que quería y como no
había carros, ni animales, ni nada peligroso. ¡Eso era más bueno!
Al rato regresaban ellas de hacerle el
mandado a mi mama, cada una con un repollito en una mano, en la otra un poquito
de cilantro. Al escucharla y verla hablar Franchesca supo que en ese espacio
tan fugaz del tiempo su mamá había sido tan feliz, como no lo fue antes ni
después. Guardaron silencio, y su hija contuvo el aliento para que las lágrimas
no brotaran de sus ojos, pero al fin, haciendo un esfuerzo le preguntó.
¿Entonces usted no pudo pasar el puente?
No, dijo la madre
Y ellas me miraban del otro lado,
¿Quiénes? Eran personas que me estaban viendo, varias, mis tías
Dejando ver la preocupación en sus
facciones, soltó esta pregunta; ¿Sera
qué el demonio me esta poniendo obstáculos para que yo no pueda llegar al
cielo? Para la madre esto significaba mucho, era el punto álgido de lo que
consideraba un encuentro con Dios; pues aunque había sido católica optó por cambiarse para un sector protestante, a
una iglesia llamada cristiana evangélica. Allí; solía decir con frecuencia se
encuentran los verdaderos cristianos, los santos del señor; pero no solo ella
pensaba eso; los otros sectores protestantes pensaban exactamente lo mismo con
respecto a las otras iglesias; somos los únicos, los verdaderos, descartando
cada una a las demás.
Eso lo sabía muy bien Franchesca, que
además conocía muy bien los motivos que habían llevado a su madre a convertirse
a esa religión o a ese modo de creer. Presionada por sus dos hijos mayores,
convertidos hacía tiempo los cuales le decían,
que si no se cambiaba de religión era muy probable que no se fuera a salvar.
Todos esos sectores protestantes
pensaban que para las personas salvarse debían convertirse a su iglesia;
aferrada como estaba a esos conceptos, no alcanzaba a comprender la verdadera
espiritualidad, de modo que los consideraba seres santos. Por lo demás seria
injusto decir que no tenía una verdadera
relación con Dios. La tenia pero su forma de enfocarla le impedía ver la belleza interior y la flexibilidad del
espíritu para moverse en su ascenso
hacia la luz. Era esto lo que no podía ver en Franchesca, opacada quizás por la
nefasta influencia de los mayores.
Buscar a Dios en las religiones es
abandonar lo intimo, lo sagrado del ser, para revestirlo de apariencia, con
ropajes de falsa santidad.
Esta miró a su madre y de nuevo le
preguntó ¿porqué piensa usted eso? Es qué este sueño se lo comente a algunas
personas de la iglesia y ellas me dijeron que a lo mejor era el diablo que me
estaba poniendo trabas para no dejarme entrar al cielo.
Resguardada por la penumbra de la habitación su hija, que
se hallaba en la cama contigua guardó silencio por un rato y luego respondió. No, sabe que no mamá; lo que
sucede es que para usted la infancia, ese pequeño trecho significo mucho, dado
que solo duró un instante ; pero allí
usted se sintió realmente feliz , libre… ¡Si así fue! Cuando mis hermanitas murieron, cuando se
desaparecieron de mi vida; yo quedé mayor,
solita, ni siquiera había cumplido los dos añitos. ¡Lo ve!
Ese momento fue para usted único, irrepetible, dado que después tuvo que
hacerse cargo de muchas cosas.
En efecto a la madre, la infancia
primera, le había sido arrebatada, porque de súbito el destino la había
introducido al mundo de los mayores. ¡Pero
sabe que! , no se atormente más con esas
cosas, ese lugar ya lo ha recobrado, pues este, es la permanencia del paraíso
perdido en su memoria; además no se le olvide que el reino de los cielos esta
en su corazón. La madre, volteo a mirarla y dijo; ¡vos que vas a saber de esas
cosas! ¡Vos no sabes nada! Se recostó en
la cama queriendo dormirse, pero algo más fuerte le roía el pensamiento y si bien las palabras de su
hija no la convencieron del todo, aquella noche, era la noche de las dos de su
encuentro.
A toda costa su hija deseaba que nada,
nada las alejara esta ocasión. Después de un rato, la madre continuó hablando y dijo; a mi abuelito Salvador le quitaron la finca; se la
dejo quitar, yo no se como fue eso. ¿Cómo así qué se la quitaron? Si dizque por
unos tres arbolitos de café, que se le quemaron al señor de la finca contigua.
Un señor que se llamaba Enrique escobar, se aprovecho de mi abuelo y sacó como
pretexto eso, para robarle la finca,
después de eso nos tuvimos que ir a vivir de arrimados por allá a otra casa, en
fin quien sabe de que artimañas se valió para robarle a mi abuelo. ¡Como él era
de plata! Y además tenía muchos amigos ricos; después de eso nos toco llevar
una vida muy dura. Debido a eso fue que desapareció primero una hermana y al
poco tiempo la otra. ¿Pero usted tenía otra hermanita qué se llamaba María Rosa?
Así, si, pero ella se murió cuando yo estaba grandecita, ella era la niña que
mi mamá había dejado de dos años después que ella se murió. Yo estaba en santa
Rosa haciéndole el almuerzo a mi papá, desde armenia, hasta allí siempre
quedaba muy retirado. Cuando nosotros nos fuimos un lunes por la tarde, la
dejamos con otra tía y regresamos un
viernes. Cuando yo llegue, la niña me dijo; la voz de la madre se quebró
ahogada en un sollozo, que le atravesó la garganta, hasta casi romperla; ¿Atis,
Atis, Atis, porqué se demoró tanto? Y al ratito se murió.
El silencio como un filo de espada
invadió los pechos. Descargó sus pesadas
alas sobre los huesos, relleno las cobijas, las sabanas y hasta la ventana que
se cerró de golpe: ¿Atis poque se demoró
tanto?
La tía Nina dijo que ella la iba a
cuidar, ¡pero que va!
Ella era muy mala con la niña, cuando
ensuciaba los pantaloncitos, porque la diarrea se le venia así de pronto, la regañaba
y le pegaba. Dijeron que le iban a hacer bebidas. La niña solo estaba esperando
que yo llegara, yo era como una mamá para ella. ¿Cuándo la niña le dijo así,
usted qué hizo? La abrace y la acaricie, ella murió en mis brazos.
Después de una larga, larga pausa, la voz de la madre volvió a
escucharse.
¡Mija valla llévele el almuerzo a su
papá! , ¡Corra Mija! , ¡Ligerito! que
nos va a coger la tarde, cuando vuelva almuerza
usted. Así trascurría la segunda infancia de la madre, aún recordaba la
voz de su mamá, apresurándola en las labores domésticas. La maestra de la
escuela le decía, que su niña era muy inteligente, que no le cortara las alas,
que la dejara estudiar, a lo que María
Rosa, nada respondía, guardaba silencio, ¿más qué podía decir? La madre continuó; seguramente a ella le
quedaba muy difícil actuar de otra manera, peque quizás ella estaba enferma o
estaba embarazada. ¿Cómo me iba a decir eso a mí?
Cuando mi mamá murió yo tenia nueve
años, ese día me acuerdo patentico no
habíamos puesto nada en el fogón y era yo fregando a ver si podía encender la
leña y nada que podía. Tenía una agonía en la boca del estomago y mi mama
seguramente en las mismas; cuando eso vivíamos en un ranchito de paja; fíjate
que el único entretenimiento que yo tenía, era que salía para el corredor y me
columpiaba del techito , de las vigas, levantaba los bracitos y ya, eso era todo, luego volvía a seguir haciendo
oficios. De la cocina escuché cuando mi mamá le dijo a mi papá; Jesús maría, yo
ya me voy a morir, de esta no me salvo. Si yo me muero no vaya a regalar a mis
hijos, no sea como otros papás, que apenas se quedan solos los regalan, déjelos
que todos se críen juntitos, no los vaya a regalar. Fui y me asomé y ella
apenas me vio, me balbuceaba, me decía una cosa que yo no le entendía, ¡Mmm...!
Y señalaba sus piernas, yo no le podía entender. Salí a buscar a mí abuelita, que se llamaba Merceditas
Romero y a mis tías, como mi papá ya
había salido a buscar, yo no sé qué seria, a lo mejor ramas para hacerle algún
remedio a mi mamá. Cuando llegaron
todas, ya ella estaba muerta. Cuando ellas la vistieron, la arreglaron para
meterla en el cajón le encontraron un niño
entre las piernas, era una niña, ella se la llevo también. Lo que pasa era que
María Rosa la niña había nacido dos años antes.
Pero dicen que a mi mamá la mato un
medico, era el único que había en el pueblo, él receto unos remedios, a ella le
hicieron daño. A él lo metieron a la cárcel, se lo llevaron para Medellín, no
lo volvimos a ver; claro que a él se lo llevaron, pero no fue por lo de mi
mamá; sino por un muchachito que decían, que también con lo que le había recetado lo mató; según
decían era que ese señor no era ningún medico; dizque se hacía pasar por doctor.
Así era la vida en esos tiempos, era muy dura, ¡ahhh! Y tenía que tocarle eso a mi mamá,
precisamente a ella. Si es que el tal doctor ese se mantenía borracho y con
mujeres y así recetaba.
Después de eso, ya me tocaba a mí
madrugar para hacerle el desayuno a mi papá, que se iba a trabajar por allá lejos,
a una finca. Dos arepitas redondas, una botella con agua de panela y una arepita ancha con dos pedacitos de
carne frita, el uno se lo comía al desayuno y el otro lo guardaba para el
almuerzo, con eso pasaba todo el día, hasta las seis de la tarde que llegaba.
Yo me acuerdo un día que mi papá se
partió un dedo gordo del píe, no podía trabajar y se tenía que apoyar en un
palito, uno lo veía por hay cojeando, se
estuvo un poco de tiempo sin poder trabajar y nosotras sin comer nada. El era
todo desesperado, se llegaron como las cinco de la tarde, hasta que mi papá no
se aguanto más; entonces me dijo, venga Mija traiga el costalito, ¿es qué va a
mercar papá? No me respondió nada, al rato dijo; no tengo plata mija, pero
venga vamos pa el pueblo, yo ya no me aguanto más. Cuando eso mi mamá estaba todavía viva. Íbamos ya llegando,
cuando se hizo un ventarrón tan fuerte que nos tuvimos que tapar los ojos, pero
así con los ojos entrecerrados, en medio
del remolino ¿vos sabes qué es un remolino? Preguntó la madre con efusividad,
venía un papelito y casi sin poder mi papá le echó mano ¡Mija! , ¡Mija! Camine a ver que ahora
si nos vamos a mercar, mire lo que agarré era un billete de cinco pesos, eso en
ese tiempo era mucha plata; ¡si vos vieras todo lo que compramos! , cuando eso
todo lo vendían por puchas, compramos unos quesitos grandotes, que eran como a
medio centavo. Cuando ya íbamos llegando a la casa, mi mamá apenas nos vio,
salía y se entraba, volvía a salir y se volvía a entrar. Es que ella no podía creer
lo que estaba viendo, yo gritaba por el
camino; ¡mi papa compró mercado! Llegamos y ahí mismo prendimos el fogón, mi
mamá se puso a fritar carne y a hacer
unas arepas grandotas, más buenas y der una vez puso a ablandar los frijoles para el otro día.
El rostro de la madre se lleno de gozo,
la alegría la lleno de luz, era como si la primavera inundara todas las cosas
porque es que hasta la ventanita se volvió a abrir.
Fin
Beatriz Elena Morales Estrada
Extraída de mi
obrita Voces De la Noche, publicada por la editorial Lealón; Medellín Colombia. Esta obra esta registrada en la
unidad administrativa de derecho de autor de mi país
1 comentario:
Excelente narracciòn, llegas y tocas al lector y te quedas como si nada.
Muy buena su forma de narrar. Como lector no solo he quedado tocado sino que también veo mucho talento en su manera de hacer.
Marco Antonio
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