LAS VACAS O DE LA GRAN CONQUISTA
No me he sentado en una mecedora así, como
así; al contrario, después de caminar, horas y horas y de haber comprendido que caminar es
andar y andar y después de rumiar algunas veces y de tener
entre ceja y ceja un pensamiento y de
ver, de ver con mis propios ojos, unas vacas gordas pasearse entre las nubes, sobre una especie de carro de
madera y a plena luz del día, en donde ellas se veían muy tranquilas y hasta pintosas
, hermosas…
Las
muy descaradas, se veían radiantes allá en todo lo alto entre ese cielo
despejado y veranero, con azul mezclado y más límpido que nunca. Y es verdad.
Pero por si mismas, ellas no pudieron
colocarse allá arriba; alguien tuvo que hacerlo; ¿pero quién? ¿Pero quién?, en fin, el caso es que me ha
tocado verlas caer y que gran susto me
he llevado. Pero si vieran nada, absolutamente nada les ha pasado y lo repito,
cuando digo es nada es nada, ni
siquiera se rompieron los huesos ni, se
rompieron las costillas; no, ni siquiera se quebraron una pata y ni crean que
estoy exagerando; no para nada. Al
contrario corretearon libres sobre la pradera, sobre de ese pasto verde, esa
grama, que solo se da y se produce en una tierra fértil y bien abonada.
Y por supuesto en algún lugar de nuestra
tierra, de vuestro planeta; no del planeta
gemelo al nuestro. Si esta planeta, esta tierra, que está a punto de
desmoronarse, y hasta quizás de desintegrarse,
de desclavarse… También es probable
que se dé a totazos, con algún otro cuerpo.
Pero dejemos el asunto y retomemos a nuestras
divinas vacas; estas vacas, no son esas vacas de la noche; tristes y
sombreadas, no, ellas han destilado
leche y miel y vaticinan muy buenos tiempos
¿Pero
para quién vaticinaran ellas esas buenas
nuevas?
¿Hemos
comprendido acaso que el hombre el ser humano es una nonada?
No te estés toteando tan duro, con las palmas de las manos en la cabeza y reclamándote el
haber sido tan imbécil.
¿Que no fructificara acaso la casa del señor?
Beatriz Elena Morales Estrada © Copyright
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