Entradas populares

domingo, 4 de febrero de 2018

A LA MADRE




      A LA MADRE

Eran las dulces horas matinales; dibujadas en suaves colores entre pálido y azul
Si, era la hora en que la madre joven aún; se entregaba a los quehaceres…
Manos campesinas en sus haberes
Desgranaba las mazorcas de maíz  y con suavidad quitaba a su vez las cascaras a las redondas papas, pero su rostro, de ojos grandes, se hallaba sumergido en un profundo dolor
¡Ay de la madre!, que lejana y pensativa no levantaba los ojos de las talegas blancas, de los talegos de los costales.
Sufría quizá,  un dolor indescriptible…
Si,  eran las blondas horas de la mañana; verdes chambranas en un balcón de una casita humilde.
Casita orillada junto a una carretera transitada por carros lejanos y de sonoros ruidos
Y una niña, una niñita descalza,  jugueteaba de un lado para otro,  con un vestidito blanco
Gateaba  ora allí, ora allá, rodeaba a la madre con sus balbuceos, esa niñita escasamente tenía un año, o mucho  menos  y la madre no la miraba, estaba tan absorta en su dolor
¡Que de penas!, ¡que pesares hondos! ¡Que de cosas le embargaban el pensamiento y le embargaban el alma!
Y las lágrimas rodaban, porque su pesar era tan hondo, tan hondo
¿Lloraba la ausencia de un alguien amado?
Y la mañana avanzaba presurosa, presurosa hacia un inexorable medio día,  y la madre sufría
Y la niña, chiquilina, chiquitica presentía, la intensa hondura del dolor,  que calcinaba a esa madre joven aún…
Y las chambranas eran verdes,  pintadas de un dulce color, pero que daban la sensación,  de un algo lejano.
De un algo imperceptible quizá , si, de un algo que aún no se comprende, pero que esta allí, al filo de la línea de  los ojos, al filo de una garganta que está a punto de romperse y de estallarse contra el cristal del cielo en solsticio
¡Ah! Pero a la niña le gustaban las chambranas verdes, si,  eran verdes como el fulgor del campo al atardecer y sin embargo,  dibujaban en su haber, todos los colores de los sueños infantiles.
Pero eran verdes y la madre lejana y ausente y a su vez tan cercana, tan honda y triste…
Pálido su rostro, bello y plateado…


Y esa niña ya sabía, sin saberlo que su mamaaa sufria , sufria…
Y de repente la niña en un dulce frenesí, llena de amor empieza a caminar, a dar sus primeros pasitos, ¡Que fulgor de solecito!
Y es entonces,  cuando la madre la mira, la ve y comienza a sonreír; si, feliz, muy feliz  de que su nena tan pequeña,  ha comenzado a caminar, a dar sus primeros pasitos…
Entonces la niña,  en su corazoncito se regocija, se regocija  y sabe que  de algún modo,  ha ahuyentado a un negro fantasma.
Y eran las dulces horas matinales y la madre y la niña sonríen, sonríen…
Senderos inconmensurables de la vida
Pero era que esa madre,  en su pobreza extrema o quien sabe, que razones  otras,  tendría
Tenía,  que entregar  a su niña a otra madre…
Y la niña  tan chiquitita lo  presentía y en su inocencia, pensó que eso
evitaría tal partida… 
Beatriz Elena Morales Estrada © Copyright

No hay comentarios: